Nostalgia de los cines de la Gran Vía
La Gran Vía de Madrid, hoy en silencio, apagada y desierta, fue hasta hace pocas décadas, la principal arteria de la capital, donde se iba al cine, a los grandes estrenos, porque allí era donde se encontraban las grandes salas.
La gran marquesina del cine Capitol, en la Gran Vía. |
En algunos de sus edificios se instalaron los "palacios" donde habría de reinar y exhibirse el Séptimo Arte. Como era el caso del Edificio Capitol, uno de los más emblemáticos de la Gran Vía madrileña, y el cine que llevaba el mismo nombre, inaugurado en 1933. Sus grandes dimensiones le permitían acoger 1900 localidades. Junto al cine, una cafetería, y en sus sótanos una sala de fiestas, además de 64 lujosos apartamentos. Su gran marquesina protegía su amplia y diáfana entrada con puertas y ventanas de ojo de buey y decorados de formas lineales en linea con el nuevo estilo Art Deco, tan en boga desde la Exposición Universal de París de 1925.
De los dos centenares de cines que se calcula funcionaban en la ciudad de Madrid entre los años sesenta y setenta del pasado siglo XX, la mayoría eran cines de barrio con sesión continua y programa doble; los había también de primer reestreno en barrios acomodados como Salamanca o Chamberí, pero las salas de lujo, con butacas de terciopelo y numeradas que ofrecían los estrenos más exclusivos, eran las de la Gran Vía. Sus grandes rótulos, sus luces de neón y sus intimidatorios accesos competían con las nuevas cafeterías al estilo americano, cuyos nombres lo decían todo: Nebraska, California, Manila…
Se afirmaba entonces que Madrid contaba con los mejores cines de Europa y que ninguna otra ciudad tenía una calle con tal concentración de salas de primera categoría. Una docena de salas de proyección se podían contar en ambos lados de la calle, desde la Plaza de España hasta el cruce con la calle de Alcalá: Coliseum, Lope de Vega, Gran Vía, Rialto, Pompeya, Palacio de la Prensa, Callao, Avenida, Palacio de la Música y Capitol eran los cines de primerísimo estreno, con sesión numerada de tarde y noche. Y otras tres salas: Rex, Emperador y Azul, que siendo cines confortables y de estreno, ofrecían sesión continua y matinales. El cine Actualidades, dentro de este último grupo, fue el primero en cerrar sus puertas, para dedicar su valiosa superficie al comercio, según relata José Montolio, en su libro Bajo los cines de Madrid (Ediciones La Librería).
Lentamente, pero de forma continuada, muchas salas, de todas las categorías, vieron cómo el número de espectadores se iba reduciendo a lo largo de la década de los años setenta. La primera causa pudo ser qué el televisor ya había entrado en una buena parte de los hogares españoles; después vendrían los video clubes, y finalmente, Internet, el streaming y las series darían la puntilla a muchas salas de proyección.
De arte y ensayo
Ya en la segunda mitad de los años setenta algunas salas se convirtieron en multicines o minicines, tratando de adaptarse a unos públicos y unos gustos cada vez más diversos. Otros, más apartados, con la llamada apertura, probaron suerte con el cine X. Y otras salas colocaron el rótulo de Arte y Ensayo, con proyección de películas en Versión Original Subtitulada, como el Pompeya. Así se dio paso a películas de gran calidad, no tan comerciales, que en muchos casos, como La Dolce Vita, de Federico Fellini, o Viridiana, de Luis Buñuel, no se nos había permitido ver hasta que la transición democrática ya parecía más o menos encaminada.
El discreto cine Azul, junto a la Plaza de España, siempre a la sombra del Coliseum, se reformó completamente tras unos años de decadencia, ofreciendo a los nuevos espectadores las butacas más confortables, amplias y mullidas que se habían visto en nuestro país hasta el momento. Para su reapertura se programó Escenas de un matrimonio, película dirigida por el sueco Igman Bergman (cineasta habitual en los cine clubes de la época), en la que una pareja madura pasaba dos horas en una habitación hablando (casi susurrando) sobre sus años de convivencia. El éxito fue arrollador y mantuvo la película en cartel más de un año. Un éxito también sorprendente fue el del cine Rosales con una película búlgara, en blanco y negro, en versión original subtitulada, cuyo nombre era Cuerno de Cabra.
Los cines tradicionales al estilo de la Gran Vía ya no volverían a disfrutar de su esplendor perdido y acabarían reconvirtiendose para otras funciones. Pero en sus cercanías aparecían otro tipo de salas más pequeñas, especializadas, para un público diferente de cinéfilos o aficionados más inquietos. Los Alphaville, en la calle Martin de los Heros, también junto a la Plaza de España, fueron pioneros, con una programación diferente, un enfoque más cultural (contaba con Librería, Café y sala de presentaciones y debates) que orientado al entretenimiento sin más. El país había cambiado y los cines también lo estaban haciendo.