Chuck Berry, crónicas del rock&roll


Elvis fue considerado el Rey, Little Richard, el más excéntrico, Bill Haley, el primero... pero Chuck Berry fue el chico malo, el rocker, el autor que dejó escritas las crónicas del primer rock&roll.


Chuck Berry, pionero del rock&roll. Ilustración Rodrigo Lalonso


Una canción de Chuck Berry era como una instantánea, una Polaroid con colores brillantes de la vida, las aspiraciones, las frustraciones y los sentimientos de los adolescentes que se aferraban al rock&roll en la segunda mitad de los años cincuenta del pasado siglo XX.

Rock&roll, una fórmula musical sencilla, pensada para bailar. Fue la primera expresión estrictamente juvenil, que llevaba emparejada una estética y una cultura incipiente. Esa efervescencia del fenómeno Teenage sería convenientemente aprovechada por la industria de la música pop y el espectáculo. 

Hasta ese momento la juventud no existía como grupo social diferenciado ni como etapa vital propia y diferenciada entre la infancia y la edad adulta. Ahora sería también un importante nicho de mercado.

Canciones como School Days o Sweet Little Sixteen, son la crónica de un momento vital, en un instante único en el despertar de la Juventud: todos los chicos que oyen y hacen rock, de Norte a Sur, de Este a Oeste, de toda América, quieren bailar con la dulce chica de dieciseis años, cantaba Berry.

LA IRRUPCIÓN DEL ROCK&ROLL


Todo esto ocurría en 1955 y Chuck Berry ya había lanzado Maybelline, su primer gran éxito para el sello Chess. Había otros rockers, es cierto, que ponían al rojo vivo los escenarios, las jukebox y las salas de baile. Los había negros, como Bo Didley, Fats Domino o Little Richard, el más extrafalario y gritón. También los había blancos, como Bill Halley, el primero en aparecer con su Rock Around the Clock, y Elvis Presley, pronto coronado como el Rey y erigido estrella para casi todos los públicos. También hubo grandes esperanzas blancas malogradas, como Buddy Holly, Eddie Cochran o Gene Vicent, fallecidos en 1960 como consecuencia de accidentes de avioneta y de automóvil.

¿Pero de dónde había salido aquella pócima revitalizante llamada rock&roll?

La fórmula magistral de efectos inmediatos, contenía tres ingredientes básicos debidamente combinados:

  • El Rythm&Blues, básicamente el viejo blues con guitarras eléctricas y batería, con el que bailaba la población negra de las grandes ciudades industriales del norte de Estados Unidos, como Chicago. 
  • El Country&Western de las zonas rurales pobladas por descendientes de europeos que conservaron y adaptaron parte de sus canciones folk, con instrumentos acústicos. 
  • El Boogie-googgie, en dosis variables pero concentradas, que aportaba la magia del swing, inseparable del Jazz de las orquestas, rítmico, bailable, contagioso y energético.


Las canciones del rock&roll eran incomprensibles para los adultos, para los formales papás de aquellos jóvenes. Lo que decían las letras era difícil de traducir para una mente instalada en la lógica y la sensatez de la época. Era un continuo Awophopoloobopalopbamboom...

LAS HISTORIAS DE BERRY

Chuck Berry fue descubierto por los viejos bluesmen de Chicago, Willy Dixon y Muddy Waters. Antes de cantar, componer y tocar su enorme guitarra eléctrica, el joven Berry había trabajado en la General Motors, ejercido como peluquero y hasta había pasado tres años en un reformatorio por atraco a mano armada, entre otros méritos... Lo que se entendía por un "chico malo", una vida nada ejemplar, una relación poco recomendable.

Tal vez esta rápida iniciación a la vida contribuyó a que Berry se convirtiera en el mejor autor/compositor del rock&roll de aquellos primeros años. Hablamos de sus historias contadas de forma breve y concisa, con cierto tono malicioso, irónico, como haría el chico experimentado de la banda.

En esas canciones –como en Never Can Tell– se plasmaba ese mito de los nuevos jóvenes en aquellos días todavía ingenuos y por descubrir, elementales, sonrientes, optimistas, con el apartamento amueblado, la nevera llena de comida preparada y de ginger-ale, un toca discos con cientos de elepés, un trabajo y sobre todo, un Jidney, del 53, de color cereza.

Berry quiso hacer realidad sus historias mientras disfrutaba de sus éxitos como estrella del rock&roll. Pero aquellas dulces quinceañeras de las que hablaba en sus canciones le costaron muy caro. Cuentan que se fue con una de ellas y "desapareció de la escena". Cuando pudo volver era ya 1963: ni él ni el rock&roll eran los mismos. Aunque encontró discípulos, como los Rolling Stones, que en Europa interpretaban sus canciones y querían aprender los modales del "chico malo".

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