Las edades de Miguel


La trayectoria vital de Miguel Rios ha sido un continuo subir y bajar a lo largo de una carrera musical de seis décadas. Aparecer y desaparecer… como el río aquel. Pero siempre vuelve para seguir su propio curso.



Miguel Rios



Miguel Ríos se ha resistido siempre a jubilarse. En varias ocasiones ha anunciado su retiro y otras ha desaparecido sin más. Pero él regresa y comparece una y otra vez, porque como el rock, es también un boomerang, “por eso siempre volverá”.

Eso es lo que manifestaba ante la llegada de los años ochenta, cuando Miguel supo sintonizar con los anhelos de cambio social de una buena parte de la sociedad española, especialmente de los jóvenes. “Este es el tiempo del cambio”, cantaba; y así sucedió. Comenzaban para Miguel, para la música popular y para nuestro país, nuevos y renovados tiempos.

Y él estaba allí para dar su sonoro recibimiento a esos nuevos tiempos y a otra generación, tras un largo camino repleto de altibajos y dificultades: “Bien larga ha sido la marcha / compañeros de fatigas / desde los tiempos del Price / veinte años de camino / para al fin poder citar / a los hijos del rock&roll / Bienvenidos.

En aquellos momentos hablé con Miguel Ríos en varias ocasiones. Y afirmaba con total naturalidad y desenfado: 

“Yo soy un maníaco depresivo, soy géminis y tengo bastante claro que voy por la vida dando bandazos desde el punto de vista del estado de ánimo. Soy un tío que muchas veces estoy deprimido. Esas subidas y bajadas mías en mi carrera son un claro reflejo de mi forma de ser”.


Mike en el Price


Un joven Miguel decidió dejar su ciudad, su familia y su trabajo de aprendiz en una tienda de tejidos para presentarse en Madrid:

“Yo, al principio lo veía todo como una aventura. El romper, salir de Granada y ver otros rollos; ver si de verdad un tío de Granada podía triunfar en el rock and roll, un tipo de música que era absolutamente hostil en el medio que me rodeaba. Por aquel entonces, en la calle, en mi barrio, lo más que se oía era Mi ovejita Lucera dice bee, dice baa, y cosas por el estilo”. 

Se encontró en aquel lejano año 1963, en Madrid, con una escuálida escena del rock y de lo que entonces se llamaba “música lígera”, y el panorama gris de la España de la dictadura franquista. A pesar de todo, Mike (así se hacía llamar entonces) consiguió actuar en cinco de las quince sesiones matinales del Price, y lo hizo acompañado de los Relámpagos, uno de los conjuntos seminales españoles. Con ellos y también con los Sonor, Mike Ríos grabó sus primeros discos sencillos para el sello Philips: Popotitos, Twist, Madison...


Pero las cosas no fueron fáciles en aquellos primeros tiempos:

“Me acuerdo de haber estado mal, mal, mal; de no tener dinero ni para comer, y de poder trabajar solamente una vez al mes para mandarle dinero a mi madre… pero yo me recrecía con ello”.

Miguel no se rindió, y llegó su oportunidad con la discográfica española que más poderío comercial iba a demostrar. Tenía preparados temas como El Rio, que le alejaban de su pasión por el rock, pero le aportarían una gran popularidad:

“Tuve que estar cuatro meses esperando delante de la puerta de Hispavox; sabía que esta era una de las pruebas que tenía que pasar, y sabía que tenía canciones que en el momento en que se pusieran en cualquier emisora iban a ser número uno. Yo estaba tragando porque era consciente de que eso formaba parte del ambiente de esta música.”


Tras el Himno a la Alegría


Así, en el entorno de esta factoría de éxitos comerciales, llegó en 1970 el Himno a la Alegría. Se trataba de la adaptación a la música pop de una de las grandes obras de la música clásica: el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía de Beethoven. Con los arreglos orquestales de Waldo de los Ríos, y cantada por Miguel Ríos, aquel lanzamiento supuso para la industria discográfica española un éxito sin precedentes en el mercado internacional.

Con la resaca de aquella deslumbrante popularidad, Miguel fue capaz de ver con claridad el futuro que le esperaba como estrella prefabricada y teledirigida, programada para convertirse en un busto a merced del play-back. Y decidió plantarse. Se atrevió a decir que no a todo lo que le esperaba.

Fue un largo silencio el que siguió tras el éxito del Himno a la Alegría. Miguel empezó a ver las cosas de una manera diferente y meditaba: 

“Bueno, hasta aquí hemos llegado, vamos a parar a pensar. Y comencé a preguntarme cosas que hasta ahora no me había planteado, como por qué tengo yo que ir a Las Vegas, si no tengo nada que ver con todo eso; o por qué esa canción la canta la gente en marchas contra la guerra de Vietnam. Así, con esa puerilidad, comencé a plantearme y a descubrir cómo era yo”.

Toma de conciencia


Y así fue como dedicó su tiempo a reconstruirse, como artista y como persona, porque no quería ser un instrumento más de la maquinaría orquestal de Waldo de los Ríos, y de la industria discográfica en general.

Miguel Ríos reflexionaba: 

“Ante los ojos de la industria, del mercado musical y de la gente, con esta caída había sufrido un retroceso terrible pero, a nivel humano, yo sentía que había dado un paso de gigante.”

Y así comenzó una larga etapa, que se prolongó prácticamente durante la década de los setenta y que le sirvió para madurar y superar algunos sinsabores, como su paso por la cárcel de Carabanchel, en aquellos años en que fumarse un “porro” era un delito.

“Esa época, en contra de lo que otros puedan pensar, fue un tiempo de actividad febril, porque yo me propuse a partir de entonces una labor política, no en el sentido que se entendía tradicionalmente, sino desde mi perspectiva personal, para luchar en contra de las imposiciones, y ser más independiente.”


El rock es un boomerang


Fue una larga travesía la que hubo de recorrer. Pero tuvo su recompensa y un buen destino: Los viejos rockeros nunca mueren (1979). Comenzaba así su mejor remontada y a vivir su madurez.

Con un nuevo enfoque para su música y para su carrera, centrada en un rock crítico, con contenidos sociales, que buscaba conectar con la juventud de un país que afortunadamente estaba cambiando rápidamente: 

“El rock para mi no puede estar de espaldas a la calle; ha de tener un componente de lucha y de compromiso. Y tiene que representar a quién lo hace”. 

Al año siguiente volvió a sorprender de nuevo con Rock&roll Boomerang. A continuación vino otro nuevo álbum, Extraños en el escaparate. Y cerró ese nuevo y potente ciclo con Rock&Rios (1982), un disco en directo que recoge una larga gira.

Sus actuaciones en directo tenían una fuerza poco habitual. Sabía dosificar combinando la caña más fuerte con suaves baladas. Se empleaba al límite de su fuerzas, disfrutaba con ello y recibía siempre el agradecimiento de su público:

“Yo nunca me he planteado si el estar encima de un escenario haciendo rock es convertirse en una especie de enviado de Dios en la Tierra, o un gurú o algo por el estilo. Lo que sí me he planteado es si estoy entendiendo esas vibraciones que surgen, si existe esa energía y si estoy sintiendo esa fuerza… Pues entonces tiro para adelante. Son sensaciones que surgen inmediatamente; es la comunicación”.


Portada del primer disco de Mike Ríos con los Relámpagos


Sin nostalgia de los 60`


Había vuelto a los orígenes, a lo que siempre quiso hacer: rock&roll. Pero no se trataba de un refugio “retro” ni nostálgico. En este sentido, Miguel Ríos, siempre rechaza las búsquedas de otros tiempos perdidos. Y también de las etiquetas, porque “el único que perdura es el que puede ir moldeándose y haciendo música y que las etiquetas las pongan otros”.

A propósito de algunos revivals y de la aparición de las nuevas olas de aquellos años, Miguel se mostraba crítico:

“Hay una santificación de los años sesenta. Y en los sesenta había cosas muy buenas y había unas mierdas enormes. A mi me hablan de la Chica Ye-yé como si fuera una maravilla. Y la Chica Ye-yé es una porquería, ayer y hoy; no tiene ningún tipo de recuperación posible. Que a nivel anecdótico o en plan coleccionista, se puede volver a revisar, bueno, pero que eso se convierta en la búsqueda de nuestro tiempo perdido es increíble. Sobre esto, entiendo que hay mucho snobismo”. 

“A nivel anímico, entiendo que haya gente que esté mirando hacia atrás con cierto tipo de nostalgia. Pero yo siempre he mirado hacia el futuro … En cuestiones vivenciales entiendo que los años sesenta tuvieran su lado cachondo; fue cuando nos fumábamos los primeros petardos, y fue cuando la gente se sentía joven de verdad.” 

“Yo veo que esto es una manipulación como otra cualquiera; las imposiciones de la industria son muy grandes. Por ejemplo, yo cuando empecé estaba preparando rock and roll para grabar, pero de repente apareció el twist y tuve que hacer twist en mi primer disco”.

El Blues de la Tercera Edad


En 2020, con 76 años cumplidos, Miguel decide volver otra vez a grabar y, si es posible, a actuar en público. Ya se había despedido en 2011 con su Bye bye Rios, título de una canción y de un álbum en directo. Su último disco de estudio tenía fecha de 2004.

Ahora adelanta su Blues de la Tercera Edad, un tema optimista y evocador, dedicado a los que nacieron en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, aquellos que no se rinden nunca y siguen en pie a pesar de todo, como Ana, el personaje principal de este blues. Es esta una canción en clave acústica, tranquila, con una instrumentación exquisita, interpretada por su “trío de ases”: Jose Nortes (guitarra y coros), Luis Prado (piano) y Edu Ortega (violines y mandolina).

Miguel Ríos —ya lo vemos— regresa una y otra vez tras seis décadas de carrera porque, ya se sabe, el rock es un boomerang, por eso siempre volverá. Además, también nos lo cantó en su momento: “Vivo en la carretera / aparcado en un blues.”

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