Jacques Brel, la “Chanson”


Jacques Brel siempre ha permanecido en la primera fila del santoral de la “chanson”, junto a Georges Brassens, Léo Ferré, Serge Gainsbourg, y por supuesto, Juliette Gréco. Aunque Brel no era francés; había nacido en Bruselas, en un entorno familiar católico, burgués y flamenco. 



Jacques Brel con Bruselas al fondo. Imagen de Rodrigo L. Alonso



Autor, poeta, cantante, actor, cineasta, navegante con destino a islas lejanas… Fueron todas las facetas que quería experimentar en una vida elegida por él mismo y no por las convenciones, usos, costumbres o imposiciones de la época y del ambiente social. 

La bohemia


A los 23 años abandonó su Bruselas natal para adentrarse en el mundo y la vida de la bohemia, representada por un París atractivo, nocturno, existencialista, de cafés y cabarets:

Íbamos a beber nuestros veinte años

Jojo se creía Voltaire

y Pierre, Casanova

y yo, que era el más orgulloso,

Yo me creía yo.

Y cuando hacia la media noche pasaban los notarios

Que salían del hotel de Los Tres Faisanes

Les enseñábamos nuestro culo y nuestra educación.


(…, Los Burgueses)


Clochard de altos vuelos, refinado, de rostro siempre sonriente, burlón aunque discreto y distante si lo comparamos con otros personajes del lugar como George Brassens, que le llamaba sarcásticamente el “Abad Brel”, un mote que le perseguiría durante algunos años, aunque acabaría siendo para siempre “el Grand Jacques”.


La sátira


Aquel entorno en efervescencia permanente le inspiraría para escribir algunas de sus canciones satíricas que evidenciaban su capacidad de observación de los ambientes y los personajes más variados, al estilo de su paisano Simenon:


Dejan sus noches en blanco

En el lavadero de las melancolías,

Que lava sin ensuciar las manos.

Los perdidos de la madrugada

A la media noche se cuentan

los poemas que no han leído,

las novelas que no han escrito,

los amores que no han vivido,

las verdades que no sirven de nada,

los perdidos de la madrugada

(…, Los Perdidos de la Madrugada)


Las canciones de Brel son su autobiografía, su diario, su cuaderno de quejas y reclamaciones acerca de las costumbres, los meapilas y las beatas, la familia tradicional y la buena educación, como dejó plasmado en letras como Los Burgueses, Las Flamencas, Las Beatas, Abuela o Rosa:


Es el tango de los empollones

Llenos de granos hasta la frente

Y que recubren con lana

su corazón que ya está frío.

Es el tango de los inútiles,

Que declinan de pena

Y que serán farmacéuticos.

Porque papá no lo era.

Es el tiempo en que yo era el último,

Pues en vez de aquel tango rosa, rosae

Yo ya entonces me inclinaba

A preferirle a mi prima Rosa.

(…, Rosa)

L´amour


Brel también escribió temas de amor. De amores vividos y sufridos, como Ne me quitte pas, su canción más conocida, cantada y versionada; una confesión desgarradora, dramática, desesperada, que el propio autor acabó aborreciendo.

Grabada finalmente en 1959, Ne me quitte pas fue incluida en su cuarto álbum, Le Valse a Mille Temps. La historia de la canción, su contenido, revela una humillación que Brel se autoimpuso tras su tortuosa relación amorosa con Sizou (Suzanne Gabriello), un auténtico “culebrón” que se prolongó a lo largo de cinco años.

Ne me quitte pas, sigue siendo para muchos la más bella composición sobre el desamor que se haya escrito nunca. Ha sido interpretada por grandes monstruos de la canción, como Juliette Gréco, Ives Montand, Frank Sinatra, Nina Simone, Barbara Streisand o Dusty Springfield.

Por supuesto, no faltan los que piensan que ya empalaga tanto sufrimiento amoroso, y prefieren quedarse con las canciones del otro “Grand Jacques”, con su tono entre irónico y sarcástico, en las que se ríe de sí mismo y hasta de su propia muerte:

Quiero que rían

Quiero que bailen

Quiero que se diviertan como locos.



Quiero que rían

Quiero que bailen

Cuando me metan en el hoyo.

(…, El Moribundo)


La interpretación


Se puede pensar que lo que más se valora en la obra de Brel son las letras de sus canciones, consideradas como auténtica poesía. Pero él intentó desarrollar un trabajo de interpretación de sus canciones que se convirtiera en una verdadera dramatización ante el público. Se interesaba por incorporar ese aspecto “teatral” porque temía que sus letras y sus melodías por sí solas no llegaran a la gente que iba a verle y a escucharle.

Las composiciones de Brel, además de la complejidad de sus letras, requirieron de arreglos musicales acordes con esa profundidad. Contó para ello con la estrecha colaboración de François Rauber, un pianista de formación clásica. También incorporó el acordeón, como instrumento recurrente y que encajaba muy bien con su canciones. Para ello Brel encontró buenos acompañantes como Marcel Azzola o Jean Corti, que aportaban una atmósfera tan especial en temas como Los Burgueses o Los Viejos.

Es cierto que Brel permitió que se incorporaran arreglos orquestales a veces excesivamente ornamentales en algunas de sus grabaciones de estudio que no aportaban gran cosa a su mensaje y a su expresión artística. Aceptó incluso la sugerencia de incorporar el sonido de las Ondas Martenot en alguna de sus canciones, como en Ne me quitte pas  Se trataba de un artefacto propio de los sonidos electrónicos, precursor de los sintetizadores, que se utilizaba habitualmente para crear ambientes espaciales y de ciencia-ficción.

La isla


Brel vivió obstinadamente amarrado a una prolongada adolescencia. Siempre como aprendiz, artista aspirante y eterno “participante”. En 1967, cuando ya había cumplido los 38 años, declaraba solemnemente: “Yo me digo a mi mismo que posiblemente dentro de diez años pueda llegar a ser adulto”. En esa época quiso vivir sus aventuras con el cine y participó en películas de Andre Cayatte y de Claude Lelouch, como L´Aventure c´est l´Aventure, e incluso hizo sus incursiones en la realización.

Entre 1973 y 1978 Brel se retiró a vivir en una isla del Pacífico llamada Hiva-Oa. La enfermedad, que avanzaba inexorablemente, no le permitiría llegar a viejo:

Mourir, cela n´est rien

Morir, la belle affaire

Mais vieillir, oh, vieillir. 
 
Brel se ausentó de su isla, en 1977, apenas un año antes de su muerte, para grabar un último disco, que se llamaría BREL. El proyecto se preparó con un hermetismo absoluto; tan en secreto como una obra casi póstuma, como un epitafio.

Aquí se terminaban las canciones; ya no surtiría de nuevo material vital a sus amantes, amigos, admiradores, pacientes… Permanece ese puñado de poemas recitados, interpretados, dramatizados, que deberán dosificarse convenientemente.


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