Calipsonianos, pioneros de otros ritmos

 

El Calipso es un estilo de música popular surgido en Trinidad y Tobago que se extendió a las Antillas, a Venezuela y a Panamá. Su representante más fiel fue Lord Kitchener, Kitch para los amigos.



Lord Kitchener, maestro del Calipso. Imagen Rodrigo L. Alonso


El Kaiso y el mundo "calipsoniano" fue durante mucho tiempo algo más que un género musical. Era una forma de ver y entender la vida, atado en cierta forma a unas raíces culturales y étnicas, como otras tantes expresiones. También es algo más que el ritmo y la banda sonora de los carnavales caribeños.

El calipso fue también una forma de denuncia y de protesta social; la dura resistencia de los tambores metálicos frente al poder colonial ejercido por los blancos. Esos tambores de acero –Steel drums– confeccionados con los barriles de petróleo usados, constituyen también sus señas de identidad. Golpe a golpe, con sus ritmos potentes, de llamada y respuesta, penetraban en cada casa, en cada cabeza y en cada corazón, como el sonido de un blues ancestral reencarnado en las vibraciones de esa percusión.

Sparrow, Spoiler, Melody o Tiger eran algunos de los nombres artísticos de aquellos calipsonianos de Trinidad y Tobago que durante largas décadas interpretaron su música y sus canciones bajo las carpas de Puerto España. Pero fue Aldwin Roberts (1922-2000), que adoptó el nombre artístico de Lord Kitchener, el gran maestro y guardián de las esencias del calipso que aprendió de niño en su Arima natal.


UN LARGO VIAJE


Lord Kitchener conquistó a su gente con la música, con las historias que contaba en sus canciones y con su elegante y espigada figura; siempre con su traje, su sombrero de fieltro, su fina corbata, su camisa almidonada y los zapatos relucientes, según cuenta Anthony Joseph, profesor, poeta y músico nacido en Puerto España, que durante años ha seguido la "pista" de Kitch.

Dotado para la música y para contar historias de manera natural, se construía las guitarras con cajas de cigarros puros. Kitch, tenía la cabeza alargada como un mango verde y su piel era oscura y suave como las semillas de cacao, como recordaba Cleo, un amor adolescente.

La de Lord Kitchener fue una larga carrera musical siempre alrededor del calipso. Viajó a Inglaterra en barco desde Jamaica en 1948. Vivió allí algunos años, se casó, grabó en los estudios Abbey Road de Londres, tocó el contrabajo en algunos clubes de Jazz, e incluso realizó una gira –sin mucho éxito– por Estados Unidos en 1957. Tuvo la sensación de que su calipso era demasiado puro y menos exportable que otras fórmulas más descafeinadas y digeribles, como la del actor Harry Belafonte, que fue número uno mundial en 1956 con la canción Banana Boat.

Las historias que se contaban en las letras de las canciones calipsonianas tenían su importancia y su interés. Para muchos de sus seguidores era una forma de escuchar lo que no oían en las noticias. Un suceso, una experiancia vivida, una crítica social lo convertía Lord Kitchener en una canción, en un relato que merecía ser escuchado.

Su fiel discípulo, el Joven Kitch, comentaba entusiasmado que sus letras y las cosas que hacía en sus calipsos eran increíbles, que su forma de rimar era única y que cada verso te contaba una historia, que sus palabras, su dicción y la forma que tenía de fundirlo todo con el relato era insuperable...


LA HERENCIA MUSICAL


Kich decidió volver a su tierra natal, Trinidad y Tobago, en 1962, poco después de su declaración de independencia. Eran los años de la descolonización también en África. Lord Kitchener, interesado en estos procesos, había grabado en 1957, un disco titulado Birth of Ghana, como homenaje al nacimiento del nuevo país.

Por aquellos días su música y la de otros calipsonianos ejercían cierta influencia en los artistas y los estilos que se estaban fraguando en el continente africano, como el High-life, debidamente combinado con el jazz y el sonido de las guitarras eléctricas, antecedente del Afro-Beat.

Lord Kitchener, desde luego, no llegó a disfrutar de la popularidad internacional de Harry Belafonte, pero ejerció su influencia en las nuevas generaciones de músicos, que han creado estilos híbridos como el Soca, una especie de nueva ola calipsoniana que incorpora el Soul y el funk.

Tampoco hay que olvidar que sus calipsos tuvieron bastante que ver con el nacimiento de otros estilos surgidos en Jamaica, como el Ska, precursor del Reggae, que se desarrolló como resultado de combinar el calipso con el blues y el jazz procedentes de Norte América.

 
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